“La
Ignorancia causa un cierto grado de felicidad”, cavilaba sobre aquella frase
que en la clase de filosofía de la escuela vocacional les indilgaba su profesor
entre tantas otras. Lo pensaba mientras manejaba en la semioscuridad de la
madrugada, conocía la carretera, tantas veces recorrida, perfectamente.
Se
sentía un poco decepcionada a raíz de la
última reunión que devengó en un pequeño debate. No alcanzaba a entender cómo
es que algunos, como bien lo decía Kant “precisamente los más experimentados en
el uso de la razón”, cayeran en la misología y se dejaran llevar por una cadena
de sinrazones que se tejen desde la ignorancia y la parcialidad, por el simple
hecho de no estar de acuerdo con algo que trastoca su zona de confort. La
ignorancia disfrazada de razón se vuelve especulativa.
Habían
acordado encontrase en Guadalajara después de que ella terminara la negociación
con aquel nuevo cliente. Decidió hacer el viaje por carretera, le gustaba
manejar sola y recrearse en sus pensamientos mientras devoraba los kilómetros.
Aunque vivían en la misma ciudad no se
veían sino cada año, no viajaban nunca juntos, porque así lo indicaban las
reglas que se habían impuesto: verse cada año, no en la ciudad que vivían, no
viajar juntos, no hablarse sino solamente un día antes del encuentro para
acordar el punto de reunión.
Pensaba
en él…no pudo dejar de sonreír al recordar ahora otra frase, “cuando pienso en
Regina tiemblo como gelatina”, de aquel libro que él le había regalado hacia ya
bastantes años, Olvidar tu nombre, de Bernardo Ruíz.
No
sabía la razón por la que habían terminado, simplemente un día así lo
decidieron, se amaban y querían que aquello fuera eterno, acordaron sin más
argumentos no volverse a ver.
Casi
dos años después de aquella decisión se enteró que él se había casado con E,
que sin ser entrañable si la consideraba su amiga, sintió aquel aguijón en el
pecho y estómago. Ella se había casado con R y sin ser un amor arrebatado
sentía la tranquilidad de la rutina. ¿Eran celos? no alcanzaba a definirlo y le llevó todo ese
día poder situarlo en su justa dimensión. Al día siguiente les llamó a un par
de amigas y consiguió su teléfono. Por la tarde le marcó, escuchó su voz y se
quedó helada; recobró la compostura y haciendo alarde de sangre fría le expuso
el trato, él enmudeció por unos instantes, finalmente balbuceó “acepto”,
quedaron que la primera cita sería 6 meses después y colgaron sin más.
Habían
pasado 13 años desde aquel entonces, las primeras veces que se vieron; en cada
encuentro daban rienda suelta a sus instintos sexuales, no había más,
terminaban y se despedía hasta el próximo año. Después los encuentros
cambiaron, empezaron a precederse de cenas un tanto románticas, se contaban lo
más elemental de sus vidas pero sin entrar en detalles, según los primigenios
acuerdos, para después entrar en el vórtice de sexo que los enloquecía.
Esta
vez quería que fuera diferente no sabía cómo, no sabía por qué, ¿quizá que él
supiera que su amor era realmente eterno?..No lo sabía.
Terminó
su reunión y se encaminó hacia la plaza donde había quedado de verse, había una
ligera llovizna que a ella le agrado cuando bajo del auto y la sintió refrescar
su rostro. Lo miró a la distancia, notó algo diferente en él, al acercarse se
dio cuenta que se había dejado crecer la barba, entrecana y bien recortada, le
pareció que lucía estupendo. Lo abrazó y parada en la punta de sus pies le
prodigó un tierno beso como en esos trece años no lo había hecho, él lo sintió
y correspondió. Ella sintió como una inapreciable lágrima rodaba por su rostro,
la limpió sin que él se percatara.
Ella
escogió el lugar para comer, comida italiana con el vino que a él le gustaba.
Sin darse cuenta ambos empezaron a hablar con más detalles de sus cosas, de sus
días, de sus horas y de sus sueños. Llegaron al punto de partida cuando
terminaron, callaron y sólo atinaron a tomarse de las manos.
Ya
en auto ella sabía lo que seguía y empezó a sentir esa humedad entre sus
piernas, las apretaba con placer mientras manejaba y lo miraba de reojo. Detuvo
el auto a un lado del camino y se volteó hacia él, lo empezó a besar con pasión
y rabia mientras estrujaba su verga con fuerza y desesperación, la sacó del
pantalón, el vaivén de su mano hizo que llegara a su punto máximo de erección,
se inclinó como pudo para succionarla, su lengua se deleitaba con ella, él la
tomaba de la cabeza y la empujaba con fuerza hasta que sentía los límites de su
garganta, ella quería atragantarse, la sacaba llenándola de saliva y se la volvía
a introducir hasta sentirse ahogar. De pronto percibió una contracción y un
chorro de semen inundo su boca, siguió succionando hasta no poder contenerlo y empezó
a tragarlo, siempre le había gustado hacerlo, el sabor de él la enloquecía.
Quedaron exiguos por unos minutos mientras ella seguía saboreando lo que
escurría por sus labios, pero no se detuvo volvió a tomar su miembro entre sus
manos hasta ponerlo de nuevo rígido, se levantó el vestido, retiro sus calzones
mientras él se bajaba sus pantalones, hizo un esfuerzo por montarlo en ese
espacio reducido. Se imaginó como se verían sus nalgas a través del parabrisas,
pensar que alguien la viera así la excitó, hizo otro esfuerzo para abrir las
piernas y poder introducirse la verga. Lanzó un grito cuando se dejó caer de
golpe y en un segundo sintió toda esa rigidez dentro de ella abriéndola por
completo, lloraba de placer.
-Rasgúñame
la espalda fuerte, hazme daño- le pidió, “quiero que R se de cuenta que tengo a
alguien que me posee en cuerpo y alma”, pensó
Sin mediar respuesta lo rasguñó ferozmente con ambas manos, él emitió un quejido sordo, y reaccionó de igual manera. Ella sintió la
piel de él abrirse, sintió la sangre en sus dedos, su vagina temblaba
cuando sintió el chorro caliente y las ganas de orinar sobre él; “quiero que la
cabrona de E se de cuenta que tienes a alguien que siempre te amará”, alcanzo a
pensar
De regreso a la ciudad con la
luna brillando en el asfalto escuchaba a Liuba María Heiva:
No sé si he podido ser lo que él soñó que
yo
fuera,
lo cierto es que, mire usted, mi abuelo fue
mi
primera escuela,
puso raíz en el puerto y estrenó bajo una
ceiba
las alas del papalote que me llevaban hasta
su tierra
Niña, nunca te enamores si hay luna cuarto
menguante…
Abuelo tejió mi hamaca con los hilos de la
Luna,
artesano de mis alas, carrusel para la
altura.
Le
ardía la espalda, le dolían las nalgas, aún podía sentir sus manos
estrujándolas. “Me van a madrear, te van a madrear” sonrío…Hasta el año que
entra mi amor.
Te leo...no quiero estar exiliada de ti
ResponderBorrarIrasema