sábado, 20 de febrero de 2021

Hasta el año que entra

 

La Ignorancia causa un cierto grado de felicidad”, cavilaba sobre aquella frase que en la clase de filosofía de la escuela vocacional les indilgaba su profesor entre tantas otras. Lo pensaba mientras manejaba en la semioscuridad de la madrugada, conocía la carretera, tantas veces recorrida, perfectamente.

 Se sentía un poco decepcionada  a raíz de la última reunión que devengó en un pequeño debate. No alcanzaba a entender cómo es que algunos, como bien lo decía Kant “precisamente los más experimentados en el uso de la razón”, cayeran en la misología y se dejaran llevar por una cadena de sinrazones que se tejen desde la ignorancia y la parcialidad, por el simple hecho de no estar de acuerdo con algo que trastoca su zona de confort. La ignorancia disfrazada de razón se vuelve especulativa.

 Habían acordado encontrase en Guadalajara después de que ella terminara la negociación con aquel nuevo cliente. Decidió hacer el viaje por carretera, le gustaba manejar sola y recrearse en sus pensamientos mientras devoraba los kilómetros. Aunque vivían en la misma ciudad  no se veían sino cada año, no viajaban nunca juntos, porque así lo indicaban las reglas que se habían impuesto: verse cada año, no en la ciudad que vivían, no viajar juntos, no hablarse sino solamente un día antes del encuentro para acordar el punto de reunión.  

 Pensaba en él…no pudo dejar de sonreír al recordar ahora otra frase, “cuando pienso en Regina tiemblo como gelatina”, de aquel libro que él le había regalado hacia ya bastantes años, Olvidar tu nombre, de Bernardo Ruíz.

 No sabía la razón por la que habían terminado, simplemente un día así lo decidieron, se amaban y querían que aquello fuera eterno, acordaron sin más argumentos no volverse a ver.

 Casi dos años después de aquella decisión se enteró que él se había casado con E, que sin ser entrañable si la consideraba su amiga, sintió aquel aguijón en el pecho y estómago. Ella se había casado con R y sin ser un amor arrebatado sentía la tranquilidad de la rutina. ¿Eran celos?  no alcanzaba a definirlo y le llevó todo ese día poder situarlo en su justa dimensión. Al día siguiente les llamó a un par de amigas y consiguió su teléfono. Por la tarde le marcó, escuchó su voz y se quedó helada; recobró la compostura y haciendo alarde de sangre fría le expuso el trato, él enmudeció por unos instantes, finalmente balbuceó “acepto”, quedaron que la primera cita sería 6 meses después y colgaron sin más.

 Habían pasado 13 años desde aquel entonces, las primeras veces que se vieron; en cada encuentro daban rienda suelta a sus instintos sexuales, no había más, terminaban y se despedía hasta el próximo año. Después los encuentros cambiaron, empezaron a precederse de cenas un tanto románticas, se contaban lo más elemental de sus vidas pero sin entrar en detalles, según los primigenios acuerdos, para después entrar en el vórtice de sexo que los enloquecía.

 Esta vez quería que fuera diferente no sabía cómo, no sabía por qué, ¿quizá que él supiera que su amor era realmente eterno?..No lo sabía.

 Terminó su reunión y se encaminó hacia la plaza donde había quedado de verse, había una ligera llovizna que a ella le agrado cuando bajo del auto y la sintió refrescar su rostro. Lo miró a la distancia, notó algo diferente en él, al acercarse se dio cuenta que se había dejado crecer la barba, entrecana y bien recortada, le pareció que lucía estupendo. Lo abrazó y parada en la punta de sus pies le prodigó un tierno beso como en esos trece años no lo había hecho, él lo sintió y correspondió. Ella sintió como una inapreciable lágrima rodaba por su rostro, la limpió sin que él se percatara.

 Ella escogió el lugar para comer, comida italiana con el vino que a él le gustaba. Sin darse cuenta ambos empezaron a hablar con más detalles de sus cosas, de sus días, de sus horas y de sus sueños. Llegaron al punto de partida cuando terminaron, callaron y sólo atinaron a tomarse de las manos.

 Ya en auto ella sabía lo que seguía y empezó a sentir esa humedad entre sus piernas, las apretaba con placer mientras manejaba y lo miraba de reojo. Detuvo el auto a un lado del camino y se volteó hacia él, lo empezó a besar con pasión y rabia mientras estrujaba su verga con fuerza y desesperación, la sacó del pantalón, el vaivén de su mano hizo que llegara a su punto máximo de erección, se inclinó como pudo para succionarla, su lengua se deleitaba con ella, él la tomaba de la cabeza y la empujaba con fuerza hasta que sentía los límites de su garganta, ella quería atragantarse, la sacaba llenándola de saliva y se la volvía a introducir hasta sentirse ahogar. De pronto percibió una contracción y un chorro de semen inundo su boca, siguió succionando hasta no poder contenerlo y empezó a tragarlo, siempre le había gustado hacerlo, el sabor de él la enloquecía. Quedaron exiguos por unos minutos mientras ella seguía saboreando lo que escurría por sus labios, pero no se detuvo volvió a tomar su miembro entre sus manos hasta ponerlo de nuevo rígido, se levantó el vestido, retiro sus calzones mientras él se bajaba sus pantalones, hizo un esfuerzo por montarlo en ese espacio reducido. Se imaginó como se verían sus nalgas a través del parabrisas, pensar que alguien la viera así la excitó, hizo otro esfuerzo para abrir las piernas y poder introducirse la verga. Lanzó un grito cuando se dejó caer de golpe y en un segundo sintió toda esa rigidez dentro de ella abriéndola por completo, lloraba de placer.

 -Rasgúñame la espalda fuerte, hazme daño- le pidió, “quiero que R se de cuenta que tengo a alguien que me posee en cuerpo y alma”, pensó

 Sin mediar respuesta lo rasguñó ferozmente con ambas manos, él emitió un quejido sordo, y reaccionó de igual manera. Ella sintió la piel de él abrirse, sintió la sangre en sus dedos, su vagina temblaba cuando sintió el chorro caliente y las ganas de orinar sobre él; “quiero que la cabrona de E se de cuenta que tienes a alguien que siempre te amará”, alcanzo a pensar

 De regreso a la ciudad con la luna brillando en el asfalto escuchaba a Liuba María Heiva:

No sé si he podido ser lo que él soñó que yo
fuera,
lo cierto es que, mire usted, mi abuelo fue mi
primera escuela,
puso raíz en el puerto y estrenó bajo una ceiba
las alas del papalote que me llevaban hasta su tierra

Niña, nunca te enamores si hay luna cuarto menguante…

Abuelo tejió mi hamaca con los hilos de la
Luna,
artesano de mis alas, carrusel para la altura.

Le ardía la espalda, le dolían las nalgas, aún podía sentir sus manos estrujándolas. “Me van a madrear, te van a madrear” sonrío…Hasta el año que entra mi amor.

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