Sabía que no tenía muchas ganas de ir con mis amigos, entonces me pareció buena idea que ellos vinieran, él se sentiría mejor, estaríamos en su elemento y si, también en el mío si lo vemos sin aversión a mis compinches de la socialité. Él llamo a H y yo a ellos, subimos y una chica atenta nos colocó en nuestra mesa; nos mencionó lo que había de alimentos con las bebidas, afuera llovía nuevamente, las gruesas gotas dejaban vislumbrar la iglesia y la explanada a través de los árboles, “bonita postal para tomar unos rones” me dijo circunspecto mientras ordenaba un par de ellos. A los 20 minutos llegó H, y pocos minutos después mi amiga, su pareja y una camarada de ellos.
Al calor de los rones y de canciones de antaño conversamos de las fantasías sexuales, individuales y de pareja, B la amiga de ellos se mostraba muy interesada en las opiniones de cada uno. H mostraba su humor sarcástico de siempre, nosotros navegábamos entre la sugerente sensualidad y la paliativa sensibilidad, L que así se llama mi amiga y G, su pareja en un limbo del cual no se atrevían a salir, sólo preguntaban entre cohibidos y apremiados, tratando de disfrazar sus comentarios.
En un momento que cruzamos las desavenencias del tiempo con la concretización de las indóciles fantasías, él me miró a los ojos y dijo:
- Recuerda que la deshora siempre llega a tiempo.
- Si por eso aunque llegaste tarde a mi vida llegaste a tiempo.
Cuando partimos, L nos pregunto que se podíamos dejar de camino a G ya que quedaba cerca de nuestra casa.
- Por supuesto –contesté, nos despedimos y partimos. Los tres íbamos callados, ensimismados en nuestros pensamientos. A punto de enfilar hacia su casa, según sus indicaciones, rompió el silencio.
- ¿Me puedo quedar con Uds.?
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