lunes, 4 de septiembre de 2023

Divagación Infinitesimal (Capítulo X)

 

Infinito…¿Indeterminado?

 

Un mes sin ver y sin saber de A, una eternidad, un vacío sin antes ni después.

B Salió a recibirme, se notaba alegre, se había arreglado con esmero, lo cual la hacía verse más jovial que cuando nos conocimos. En la sala se encontraba su esposo, se veía muy bien; me había comentado B que sus doctores tenían un pronóstico alentador en cuanto a su recuperación.

— ¿Quieres café? —me ofreció B y enseguida me sirvió una taza humeante, me habían citado en sábado, y le dije que si era temprano si podía así que llegué a las 8:00 am.

— ¿Qué quieren hacer chicos? —pregunté mientras tomaba un trago de café, que por cierto estaba exquisito.

— Tú di por donde empezamos A —Me dijo alegremente el esposo.

— Yo creo que primero nos trasladamos a la cama pues los sillones son un tanto incómodos, ¿les parece?

Le ayudé a colocar a su esposo en medio de la cama y recargado sobre la almohada apoyado en la cabecera; olía a limpio y a colonia suave y dulce, me imaginé a B acicalándolo con amor y me inundo la ternura hacia ellos. Ella vestía un vestido un tanto atrevido para su estilo, ligeramente escotado y apenas arriba de las rodillas, se sentó al borde de la cama cruzando las piernas y mirándome en señal de espera. Me acerqué y acaricié su rodilla, recordando el beso que nos dimos, había sido la primera vez que besaba yo a una mujer, rocé sus labios y la sentí temblar. Se dejó caer de espaldas sobre la cama, aproveché y separé sus piernas, le quité las bragas, suspiraba sin abrir los ojos. Me coloqué a un lado de su esposo y lo besé, ella abrió los ojos y se sentó para mirarnos. Me gustan los besos largos, húmedos, apasionados, exactamente como el que estaba disfrutando; mi lengua recorría su paladar, sus encías y luego nuevamente me enredaba con su lengua.

— Ven bésalo tú —los besos se alternaban, lo besaba ella, luego yo, y en un momento las tres lenguas se acariciaban, se repartían labios, comisuras, introduje mis dedos para jugar con sus lenguas y les insté a ellos a hacer los mismo, nuestras salivas eran la savia que exaltaba el frenesí.

Cuando salí de su casa era más allá del medio día, me había bañado con ella y compartido cantidades de besos. El sol pegó en mi rostro volviéndome a la realidad, la ciudad me pareció con demasiada luz, un albor que me entristecía, que me situaba parada en la nada, sin él, sin siquiera su esencia. Caminé sin rumbo sintiendo el vació de la tarde, sin su presencia en mi indeterminado espacio. Es cierto que todo lo arreglamos con la imaginación, pero a veces somos incapaces de vivir y arreglar la realidad. Me doy cuenta de que el amor impone límites, el erotismo los abre aún y cuando se dé dentro de lo que la gente normal conocemos por amor. ”Que ya no vivo por estar muerta…déjame besar tus ojos”. Me apresuro para llegar a recoger los regalos que había adquirido para el cumpleaños de mi esposo.

La luz languideciente de la tarde se filtra por las persianas del ventanal de la habitación, su silueta desnuda sobre el borde de mi cuerpo se torna blanquecina, sus labios besan tiernamente mis pezones y su lengua se alterna para lamerlos, mientras los acaricia con su lengua me va narrando el cuento “La otra” de Bernardo Ruíz, sólo a él se le puede ocurrir, pero me gusta. Su mano frota mi vagina impregnando la palma con mi humedad, se estira y cambia hacia el otro pezón, pero ahora no lo besa, lo mete completamente a su boca y lo absorbe frotando su lengua en él a la vez que sus labios maman con avidez. Me pone boca abajo y sus dedos se deslizan por mi espalda apenas rozándola llegando al nacimiento de mis nalgas, la sensación es deliciosa, las abre, acerca su cara, lame entre ellas de abajo hacia arriba, me estremezco y suspiro. Mete suavemente el primer dedo en que previamente humedeció en mi vagina, un grito que no alcanzo a contener sale de mi garganta.

— Espera, nos va a escuchar Bela

— Abajo no se escucha, no te preocupes —Apenas acaba de decirlo, cuando siento el embate, mi ano se abre desmesuradamente dando libertad al consolador que apenas compramos en la tarde, “es enorme” le dije cuando lo adquirimos, y ahora me invade por completo. “quiero que lo sientas todo dentro de ti” me dice con apagada y enardecida voz.

El ruido del claxon de un taxista desesperado me saca de mi ensimismamiento, vuelta a la realidad alcanzo a escuchar el piropo del muchacho que camina aprisa, con una bolsa de pan en la mano y cruza a mi lado.

— ¡Quisiera ser el sol para darte todo el día! —sigue su camino sin voltear y me hace sonreír.

Mi esposo ya se encontraba en casa cuando llegué, se hallaba duchando, abrí la puerta del baño para avisarle que había llegado, su celular que encontraba sobre las toallas dobladas y sonó en ese preciso instante.

 

     Ya llegué amor, te habla N —le dije sin ningún aspaviento

 

     ¡Ahh!, es la nueva directora de finanzas, algo se le habrá olvidado, ya le marcaré, ¿cómo te fue, si terminaste tus pendientes? —Me quito la ropa y me meto a bañar con él...  

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